Como os contaba el jueves pasado (y si no lo leísteis vais y
os lo leéis), hace casi dos semanas fuimos al Parque Warner y, en el pasaje del
terror, se me salieron volando las gafas 3D por culpa de un susto.
Un rato más tarde, cuando estábamos haciendo cola en una
atracción, el churri me mira y me dice “Tienes un derrame en un ojo”. Como es un
hipocondríaco, me convenció para ir a visitar al médico del parque, a pesar de
que yo no tenía molestia alguna. Por el camino hacia el “centro de salud” yo
iba atando cabos a ver en qué momento me podía haber hecho eso. Y recordé el
momento de las gafas. En cuanto recuperé mis gafas 3D tras su intento de irse a
vivir una vida independiente, creo que durante dos segundos tuve la sensación
de que veía borroso con el ojo izquierdo,
por lo que tal vez la patilla de las gafas me lo hubiera rozado en su vuelo sin
piloto. Digo “tuve la sensación” porque estaba todo muy oscuro y yo estaba
demasiado ocupada sacudiéndome muertos vivientes de encima como para
preocuparme por nimiedades.
El médico del parque me tomó la tensión por si pudiera
deberse a una subida de la misma y luego dijo que, como la tenía bien, podía
haberse debido a un movimiento brusco en una atracción. Me preguntó si había
subido a bestialidades como el Stunt Fall o Batman. Al decirle yo que a esas
burradas no me monto, me preguntó cuál era la atracción más fuerte a la que me
había subido. El churri, que le gusta cosa mala reírse de mí, le dijo que a los
Carritos de la Mina. Pues sí, y me lo pasé genial, ¿qué pasa?
El médico (muy majo, por cierto; os lo recomiendo si tenéis
un incidente en el Parque Warner), me dijo que en principio no era nada y que,
si me crecía, me daban mareos o sentía nauseas me fuera a urgencias. Muy
halagüeño, el panorama, para no ser nada.
El día continuó sin mayores inconvenientes y, en el viaje de
vuelta, el churri me confirmó que aquello crecía (me había sacado una foto, a
fin de comparar, y todo). Así que, a pesar de lo cansados que estábamos, a
urgencias que nos fuimos.
El médico de urgencias me confirmó que no era nada y que no
podía hacer otra cosa que echarle paciencia hasta que se me vaya solo (tengo el
ojo de lo más parecido al de un licántropo a estas alturas). El problema fue
responder a su pregunta de cómo me lo había hecho:
- Pues verá usted, señor médico. Fui atacada por un cowboy
zombi y me rocé con la patilla de unas gafas 3D.
Creo que en los treinta años que debía llevar ese hombre
ejerciendo la medicina, jamás había escuchado una explicación semejante. Al día
siguiente debo haber sido el tema de conversación en su casa a la hora de la
comida.